“Un hombre y su hijo de 10 años emprenden un viaje en auto desde Ciudad de Buenos a Rosario. Durante el camino tienen un accidente; el padre muere inmediatamente y el chico es trasladado, grave, al hospital más cercano. En el hospital, los médicos reparan en que no se encuentran capacitados para atender al niño, pero consideran que, debido a su gravedad, tampoco puede ser trasladado. Llaman entonces al hospital de niños para explicar que alguien deberá viajar para atenderlo. Una eminencia médica del hospital de niños viaja entonces y, tras evaluar al chico, le preguntan “¿Va usted a tratar a este niño?, a lo que contesta “¿Cómo no lo voy a tratar, si es mi hijo?”.
¿Quién es esta eminencia?“
(caso ficticio relatado por Adrián Paenza en el programa “Marca de Radio” del sábado 23 de mayo de 2015)
Piénselo 10 segundos.
Piénselo un minuto.
Ahora pensémoslo juntos. ¿Cuántas personas pueden decir que un niño determinado es su hijo? Dos, ¿verdad? Y en la mayoría de los casos, ¿quiénes son esas dos personas?: el padre y la madre. Por lo tanto, si el padre del chico murió en el accidente, ¿quién es la eminencia?
Quizás pudo darse cuenta de que la eminencia médica en cuestión es la madre. Quizás no. No es el objetivo repartir culpas ni propiciar el reproche. Muchas personas han tenido dificultad en resolver este acertijo, a simple vista tan sencillo. Si alguien preguntase ¿puede una mujer ser una eminencia médica?, la respuesta de muchos (indignada, por suerte) sería que sí. Y sería una respuesta sincera. Sin embargo, al plantear el mismo problema desde otro ángulo, empezamos a notar más claramente ciertos aspectos de nuestro entramado cultural.
No pretendemos revestir de una mirada moralista a la resolución (o no) de este acertijo. Pero sí fomentar la reflexión de que “esto” nos pasa. El femicidio es una de las formas más extremas de violencia contra las mujeres, pero esta violencia no surge de la nada; está ahí, con distintos grados de intensidad, pero está. Lo que hagamos con esto que nos pasa es lo que nos va a definir.
El miércoles 3 de junio pasado vimos, asistimos, a masivas manifestaciones contra la violencia de género. Además de los puntos específicos reclamados (entre ellos, la implementación del Plan Nacional de Acción para la Prevención, la Asistencia y la Erradicación de la violencia contra las mujeres), y de resultados inmediatos tales como la puesta en marcha de la Unidad de Registro, Sistematización y Seguimiento de Femicidios y de Homicidios Agravados por el Género, estas manifestaciones impulsan, en nuestra opinión, otro hecho muy importante en la resolución de este problema: su reconocimiento y visibilización.
Desde 2013, la Fuerza de Tareas Americana en Servicios Preventivos (USPSTF, por sus iniciales en inglés, reconocida entidad en el ámbito de la atención ambulatoria), recomienda que los médicos rastreen violencia entre las mujeres en edad fértil y proporcionen asesoramiento en los casos positivos.
Es discutible si absolutamente todas las mujeres tienen que ser “testeadas” como potenciales víctimas de violencia. Sin embargo, lo que sí debemos considerar es que la violencia contra la mujer es un diagnóstico diferencial de muchas de las condiciones que los médicos de familia evaluamos en consultorio, y más frecuente que algunas de las enfermedades que a veces pesquisamos. Brindar un espacio de diálogo y reconocimiento, realizar la entrevista a solas ante la sospecha, garantizar la confidencialidad, respetar la autonomía, documentar en la historia clínica, estimar el riesgo, son acciones recomendadas para tratar estos casos. Pero para esto es necesario ante todo, siempre, tener presente el probable diagnóstico.
Las movilizaciones del 3 de junio son un paso importante en esta dirección. Enhorabuena.
Ni Una Menos.
Dra. María Victoria Salgado
Residente saliente. Médica asociada.
Servicio de Medicina Familiar y Comunitaria, Hospital Italiano de Buenos Aires.
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